La personalidad se forma a lo largo de toda la vida, es un constructo psicológico que responde a un patrón de actitudes, pensamientos y repertorios conductual que caracteriza a una persona, lo que predetermina características de comportamiento estable que identifica a un individuo en: identidad, rasgos, forma de pensar y actuar y temperamento.
Los primeros años de nuestra vida son cruciales para afianzar una base sólida de la personalidad. ¿Cómo se consigue esto? Con una educación basada en potenciar la autoestima del niño y en la confianza en sus posibilidades.
Una personalidad sana y madura consiste en una identidad segura y confiada que respeta los derechos de los demás, asume sus propias responsabilidades y es capaz de estar satisfecho de sus logros personales. Así, si deseamos que nuestros hijos lleguen a conseguir una adecuada autoestima y que se conviertan en adultos felices, tendremos que trabajar en la construcción de las bases de su personalidad durante los primeros años:
La imagen que tienen y tendrán en el futuro de ellos mismos depende de la imagen que nosotros les proyectamos, la seguridad y confianza que les transmitimos en la consecución y alcance de sus propias metas. Así, se aconseja:
– Refuérzale en sus logros
– Anímale en el camino, confía en sus posibilidades
– Enséñale que asuma los errores como parte fundamental del aprendizaje
– Ofrécele estrategias para que resuelva él mismo sus dificultades y problemas
– No pongas etiquetas
– Critica el comportamiento no a la persona
– No le compares con sus otros hermanos o compañeros
Los padres somos su modelo de referencia a seguir, así en la medida que nosotros afrontemos la vida con positividad, asumamos nuestras responsabilidades, respetemos a los demás y resolvamos nuestros problemas con fortaleza, así repetirán ellos.